sábado, 4 de mayo de 2024

MARÍA DE LOS PEQUEÑOS-GRANDES DETALLES

María de los pequeños-grandes detalles,
en Caná sacaste del apuro a unos novios
mientras los otros estaban demasiado ocupados en pasarlo bien.
Sin ruido, sin llamar la atención, sin coger el micrófono…
Desde el silencio, desde el anonimato, desde el servicio desinteresado…
¡Cuánto! ¡cuánto tengo que aprender de ti!

María de los pequeños-grandes detalles,
en mi hogar, en mi trabajo, en el barrio, en la parroquia…
Préstame tus ojos para ver “aquello que falta”
tus manos, para ponerme el mandil y seguir tu ejemplo,
tus pies, para darme a la fuga prescindiendo de la dichosa palmadita,
y tu corazón, sí, Madre, tu corazón, para sentir tu amor y compañía.

Una cama sin hacer, una bolsa de basura que tirar,
un mensaje que mandar, un amigo que escuchar,
un anciano al que hablar, un libro que regalar,
una visita al hospital, unos apuntes que prestar,
una oración que compartir, una pelea que evitar…

Virgen María concédeme tu sabiduría,
la sabiduría de los pequeños-grandes detalles.

jueves, 2 de mayo de 2024

DIOS ES MADRE

La tradición cristiana nos presenta a María como una mujer de profunda vida de oración. Humilde, sencilla y generosa. De las que se olvidaba de sí misma para darse a los demás.

El mes de mayo toma su nombre de la diosa romana Maia, diosa de la primavera y de la fertilidad. Quienes experimentamos el cambio de las estaciones a lo largo del año sabemos que Mayo es el mes de las flores. Es el mes ideal para estar al aire libre disfrutando de la belleza de nuestros campos. Desde la tradición y sensibilidad franciscana, todo lo que nos rodea nos ha de recordar al Creador. Todas las criaturas nos han de llevar al Creador.

Ya desde la Edad Media los cristianos empezaron a asociar este mes con la Virgen. A partir del siglo XIII el rey Alfonso X el Sabio, en las Cantigas de Santa María compara la belleza de la Virgen con la del mes de mayo. Precisamente las flores uno de los regalos más frecuentes para agradecer algo a alguien. Por eso este mes, el de las flores, lo dedicamos a la criatura que ofreció su vida al cuidado de Jesucristo, el Hijo de Dios: a María, la Virgen Madre. Poco a poco, distintas órdenes religiosas, como los Dominicos y Franciscanos y más tarde los Jesuitas fomentaron la devoción mariana en este mes, a través de distintos rezos y ejercicios devocionales.

La tradición cristiana nos presenta a María como una mujer de profunda vida de oración. Humilde, sencilla y generosa. De las que se olvidaba de sí misma para darse a los demás. Una mujer servicial, alegre, paciente con su familia, que sabía aceptar la voluntad de Dios en su vida.

Ella, de alguna manera nos presenta el rostro casero y cercano de Dios. Así lo afirmó en su breve pontificado de 33 días, Albino Luciani, el Papa Juan Pablo I, en el Ángelus del día 10 de septiembre de 1978 al decir que “Dios es Padre, más aún, es Madre”. Dicen que esta afirmación entonces causó un gran desconcierto en la mayoría de sus oyentes, acostumbrados al uso del lenguaje masculino cuando se habla de Dios. Recuerdo también que, siendo estudiantes de teología leímos el libro de Leonardo Boff, “El rostro materno de Dios”. Sabemos que, al hablar de Dios la Biblia no sólo utiliza un lenguaje masculino, sino que lo compara como una madre que consuela a sus hijos. “Como un hijo a quien su madre consuela, así os consolaré yo”, dice el profeta Isaías. De la misma manera que una madre no puede olvidarse del hijo de sus entrañas… Dios tampoco.

En este mes sentimos de manera especial a María como madre. Le hablamos de lo que nos pasa, de lo bueno y lo malo. Acudimos a ella en muchos momentos y le pedimos que interceda ante su Hijo por nosotros. Lo hacemos con las oraciones con las que se ha dirigido la Iglesia a lo largo de la historia: El Ángelus, el Regina Caeli, la Salve, el Rosario… Con otras más actuales y con distintas canciones, expresamos nuestros sentimientos ante ella: “Dulce Madre, no te alejes, tu vista de mí no apartes. Ven conmigo a todas partes y solo nunca me dejes. Y ya que me proteges tanto, como verdadera madre, Haz que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”.

Benjamín Echeverría, capuchino

martes, 30 de abril de 2024

PRIORIDAD DE LA VIDA ORDINARIA

La mayor parte de nuestra existencia la invertimos en la vida ordinaria, esa que no tiene ningún brillo especial: rutina diaria, relaciones habituales, ritmo de trabajo y descanso... En nuestra cultura del bienestar se valoran especialmente los tiempos de vacaciones relacionadas con esas vidas brillantes que destacan sobre las demás. Por ello, la vida ordinaria, la cotidiana, es percibida como casi no vida. La expresión “esto sí que es vida” no se refiere a la vida plana de todos los días, sino a esa otra más extraordinaria por algún motivo: sensaciones nuevas, placer llamativo, descanso desenfadado y despreocupado, con un estilo fuera de lo habitual, o también con un punto de dinamismo juvenil…

Y sin embargo, quitando algunos momentos marcados de la vida que nos piden romper con algunas cosas, la mayor parte de nuestra biografía se desarrolla en la vida ordinaria. Y es precisamente en ella donde van tomando forma y van aquilatándose las cosas más importantes de nuestra existencia: las relaciones que marcan, las opciones que hemos tomado, nuestras verdaderas potencialidades y limitaciones… La realidad que nos toca vivir, con todas sus ambivalencias, es más rica que nuestros ideales, nuestros sueños, nuestros deseos de perfección.

Es en la vida ordinaria donde nos jugamos en verdad lo que somos y queremos ser. Es en ella donde nos vamos gastando y vamos dejando lo que somos. Por ello, es en la vida ordinaria donde somos en verdad lo que somos, y vamos siendo de verdad. Esa mirada es imprescindible para vivir en verdad nuestra condición. Y Dios nos quiere ahí, precisamente. Es una de las mayores lecciones vitales que requiere tiempo y humildad.

Podemos vivirla como rutina que seca el corazón, o como rutina que ahonda la interioridad, que hace el amor más profundo y una fe más verdadera, aunque más oculta.

Carta de Asís, abril 2024

viernes, 26 de abril de 2024

HERMANOS

Siempre llamé hermanos a los que vivían en mi casa conmigo y con mis padres desde pequeña, vaya los de sangre; y escuchaba en catequesis eso de que Jesús le dijo a Juan en la cruz ahí tienes a tu madre... por María, y a María ahí tienes a tu hijo, por Juan... por esa regla de tres nosotros somos hermanos, nos decían... 

Pero yo no lo sentí hasta que entré en la Familia franciscana y conocí a esos hermanos en la fe que han sido y son apoyo en mi vida , unos cerca y otros que están lejos por las circunstancias pero sintiéndolos conmigo: llamadas necesarias en momentos duros, ese corazón cuando palpita por lo tuyo como suyo, esa disposición para lo que necesites, ese tener su casa en otra provincia y sabes que es también tuya porque te reciben siempre bien...

Que agradecida estoy a Dios de pertenecer a esta gran familia, de ponerme a mis hermanos de sangre primero y a los de fe después en mi camino para andar con ellos la vida, porque todo es mejor acompañada con hermanos, sólo espero estar a la altura de todos y cada uno de ellos, y ser esa hermana en el camino. Siempre Gracias.

Amaya Perales